para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

martes, 29 de noviembre de 2005

daniela


Es extraño, dura sólo un instante y luego desaparece. Es como el lastre de esos sueños que insisten en aferrarse a nuestra memoria y no morir. Entonces despiertas enamorada de un hombre que desaparecerá más tarde, amas con intensidad y olvidas con la misma fuerza. Pero al contrario de lo que dijo Calderón de la Barca, la vida no es ningún sueño, sino muy por el contrario, es una piedra que a veces se enfría y otras veces arde en la yema de los dedos, con tanta intensidad que tienes que hacerla rebotar en tu mano o cambiarla a la otra. Hay veces en que esa piedra se vuelve liviana, tan liviana que apenas adviertes su peso mientras la sostienes y la miras casi con delicadeza -si es que se puede mirar de esa forma- pero en otras oportunidades ella es una roca de titanio que te empuja la mano con fuerza, como si la tierra se empeñase en recuperarla. Normalmente es sólo una piedra que llevamos en el bolsillo o en el fondo de la cartera, un trozo de granito que olvidamos que existe, pero en determinadas circunstancias, en esos momentos que llamamos avatares de la vida, tomamos la piedra y sosteniéndola entre los dedos, como una bruja que escruta su bola de cristal, vemos la vida y nos estremecemos y nos disminuimos y ya sólo somos microorganismos diminutos que comparecen ante el circunstancial milagro de permanecer y pertenecer a este tinglado absurdo y fundamental. Es esa mirada la que nos conmociona, la que nos quema el velo y nos empuja de vuelta al útero. Sólo hay que pensar en la piedra y sostenerla un instante. Luego desaparece todo, calles, semáforos, nombres, teléfonos, calculadoras, refrigeradores, arriendos. Quedas sola, sostenida en la estructura molecular de tu ser, ya nada te duele, nada te causa gracia. Yo, Daniela en Manhattan. Yo, Daniela en el mundo. Girando igual que mi piedra.

viernes, 25 de noviembre de 2005

especias


"los rostros se olvidan pronto,

pero el olor permanece", Boris Vian

ya decía yo que te iba a recordar

que en alguna fisura de esta débil memoria brotarías,

así como asomándote de un sueño

con tus ojos bien abiertos

y todo el olor de esos años evaporando su materia

para que ineludiblemente me haga cargo de esta historia

porque pude haber extraviado todo el amor que dibujé en tu boca

pero ya ves

regresas

y la salvia sobre la tabla

que si pudiera hablar

miércoles, 23 de noviembre de 2005

memorias de un feo

El hecho fortuito –debiera decir infortunado- de que yo sea así, no es más que eso, un accidente de la naturaleza, un embrión inquieto que pudo haberse golpeado contra la pared uterina, una mala combinación cromosomática, un óvulo malhumorado, vaya uno a saber. Nadie que se considere hermoso se cuestiona el hecho de serlo, así que no veo yo por qué motivo tengo que estar todo el tiempo respondiéndome esta incógnita. Soy feo y ya está. ¿Qué me va costar conseguir novia? Por favor, tengo treintaicinco años y lo más cercano a un romance que he tenido fue una perra cocker spaniel que me lamía los pies para despertarme. De pendejo me aferraba a creer que todo cambiaría en algún momento, que mi historia sería similar a la del popular patito, sin embargo mi fealdad fue en ascenso, en cada cumpleaños que celebraba con un amigo, sólo uno y siempre el mismo, feo, casi tan feo como yo, me daba cuenta que mi cara era más horrible que el año anterior. Después de los dieciocho años, cuando ya ni el acné podía servirme de excusa, perdí definitivamente cualquier esperanza de que mi rostro sufriera alguna mutación favorable. Ese día, frente al espejo del baño, me dije: Martín, vas a tener que batírtelas con esta aberración, así que piensa bien qué cosa puedes hacer en la vida sin necesidad de dar la cara o te convertirás en el hombre del cambucho o en la bestia sin ninguna bella. Como toda mi niñez no fue sino un constante aislamiento, había adquirido la costumbre de garabatear en un diario de vida mi desgracia, así que la decisión de convertirme en escritor fue rápida. Eso sí, con pseudónimo y sin foto. Por supuesto que lo primero que escribí fue una autobiografía de ese especialmente triste episodio de mi vida. Lo más noble que me dijeron fue que mi padre ponía la foto de otro niño en su billetera o que mi madre, luego de verme aparecer entre sus piernas, no sabía si quedarse conmigo o con la placenta. Reconozco un buen chiste, pero no era el caso, odié cada una de esas bromas, estoicamente, como buen feo que soy. Los niños pueden ser muy crueles, pero los adultos somos peores, hacemos lo mismo, pero por detrás, solapadamente. O sea que una vez que abandoné la niñez mi vida no fue mejor, la seguí habitando en el mismo sótano y con el mismo y único amigo. Que el mundo es de los bellos está claro y más claro aun es para un feo que jamás podrá convertirse en bello, por más que se pase un año entero en la clínica de Pitanguí, metiéndose bótox y silicona hasta debajo de la lengua. Ni siquiera el dinero te transforma en bello, porque la mujer que se case contigo lo hará por interés, ni en la mitad de un orgasmo te dirá “Míjito rico”. Así es ser feo. La primera decepción se la llevaron mis padres, el resto de ellas me las sigo bancando. No me quejo, sólo te expongo lo que significa ser feo y no cuajar gráficamente en el mundo. En este mundo. Bello mundo.

jueves, 17 de noviembre de 2005

punto suspensivo

es curioso que hace un tiempo he estado hablándote así, que si fueras más que esa imagen irresoluta, más que esas palabras que son como un búmeran, no sé, hay algo tan circular en todo esto, entonces me quedo así, viendo la calesita girar, sabiéndome fuera, incapaz de dar el salto por miedo a detenerla, por derramar todo mi océano sobre la tinta de tus peces y quedarme vacío y adiós, adiós, adiós.

viernes, 11 de noviembre de 2005

las diez



-A las diez de la noche supo que estaba perdido.

-¿Eso dijo él o tú tienes el dato preciso de la hora en que él pensó que estaba perdido?

-Es que no hace falta ser mago para comprender que en el momento que él recibía ese upper-cut el reloj marcaba las diez.

-Pero es que eso no demuestra para nada que él pudo ver el reloj que tú citas en el momento exacto en que le descarrilaban la mandíbula.

-Muchacho, tú no sabes nada de boxeo, un peleador siempre está conciente de la hora.

-¿Aun cuando segundos después cayera a la lona inconsciente?

-Aún así.

-¿Por qué?

-Por que apenas comienza un round esperan que suene la campana.

-Y eran las diez.

-Las diez.

-¿Sabías tú lo de su abuelo?

-Joe Malone, un welter, rápido como pocos, aunque con una derecha débil.

-Escuché que también cayó nocaut a las diez de la noche.

-Eso no es extraño, muchacho.

-Y su padre, El Leñador Malone.

-Cómo repartía ese.

-¿Por qué El Leñador?

-Era un tronco, pero pegaba más fuerte que Bonavena.

-Cayó a la lona a las diez.

-A las diez cayó El Leñador.

-¿Y no te parece extraño?

-No, señor.

-Ayer peleó ese negro pelirrojo...

-Mercury, George El Potro Mercury.

-Ese, ¡Ah, que no sabes a qué hora lo tumbaron!

-A las diez.

-¿Y aún así no te parece extraño?

-Muchacho, los combates televisados generalmente comienzan a las nueve y media, lo que significa que a las diez de la noche van por el round ocho, a esa altura ya se han lastimado suficiente, es normal que uno de los dos caiga.

-¿Qué dijo el médico?

-Nada, lo de siempre, garabatos técnicos que uno no comprende.

-¿No ha despertado?

-No.

-Ya va a cumplir un día entero así. ¿Esa que está hablando con el médico es su mujer, no?

-Sí.

-Está llorando.

-Sí, creo que debemos irnos muchacho, ya no hay nada que hacer aquí.

-Sí, viejo, ya son las diez de la noche.

martes, 8 de noviembre de 2005

arena


porque todo este tiempo estuve arrebatando arena de tus ojos

enumerando grano a grano cada derrota

cada beso torcido

cada palabra muerta

intuyendo que todo ese ejercicio no era más que una letanía

aun así dibujé soles en tus paredes vacías

y quise habitarte flor en tu boca

pero estoy aquí

empuñando la arena de un mar imaginario

salado y vacío como ciertos muelles

como algunos barcos

ojos que no lloran