para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

lunes, 31 de julio de 2006

selenidades

Al tercer intento supe que estaba perdido, que no habría manera alguna de regresar, que el sueño terminaba en la más ridícula y estremecedora pesadilla. ¿En qué piensas antes de saltar al vacío? ¿La familia? ¿La vida? ¿La muerte? Pueden ser todas esas cosas a la vez o puede ser sólo una voz, una voz casi de arrullo que se va apagando junto a tu salto. Porque saberse perdido de esta forma es lo mismo que caer hacia un vacío, un ineludible abismo del que ignoras dónde acaba, pero del que tienes la certeza que no lograrás salir. Diez minutos más tarde y luego de sentarme sobre una gran piedra desde la que podía contemplar más allá del Mare Imbrium la distante e imponente cresta del Leibnitz, le dije a Harrison que ya no habría más intentos, que regresaran sin mí, que esa era la orden. Mi orden. La última. Harrison intentó una respuesta que yo no recibiría. Lo demás fue esperar. Esperar que el módulo dejara de orbitar y se alejara definitivamente de mi vista, llevándose consigo todo lo que me ataba a esa bola azul. ¿Qué es lo que a uno lo mantiene cautivo? Pensé que necesariamente todo se limita a los sentimientos, al arraigo de una necesidad de afecto. Entonces el resto de todas las cosas podrían llegar a ser solo lastre, piedras, artefactos que vamos sumando a nuestro devenir. Luego hice un mapa de todas aquellas cosas por las que me sentía atraído, digo cosas que me pertenecían, que aun siendo inanimadas conseguían crear ese vínculo afectivo. La lámpara del velador de mi niñez. La jabonera de la tina en forma de mano. El sol que entraba por la ventana de mi pieza. Mis matchboxs. El olor que quedaba en el baño luego que mi madre se duchaba. La cortaplumas que guardaba mi padre en su velador. La uñeta de Keith Richards que rescaté entre cientos de manos en medio de un concierto de los Rollingstones. La chaqueta de mezclilla con la inscripción de los Ramones. Luego me dormí y soñé con una cara, una enorme cara que me observaba y me decía que deseaba pasar el resto de las horas conmigo. Yo le pregunté que cuál era el total que ese resto de horas completaría, entonces la cara hizo un gesto que era decirme: tu pregunta es estúpida.

lunes, 3 de julio de 2006

memoria tirana


dejas de pensar en ciertas cosas
te haces el vivo
arrojas a un vacío la piedra atada a la hebra
y esperas que la tela se desarme
que todas las fotografías desaparezcan
que el recuerdo sea un nudo
ciego
innombrable
esperas que todo acabe de golpe
que algún viento empuje las hojas que aun quedan esparcidas
te sientas
abres tus manos y desdibujas cada línea
mueres poco a poco
en cada suspiro parecieras irte
te aferras a la caída
sonríes en el vacío
en el único espacio donde logras habitar
luego
caes
caes
en medio de esa tela que se ha vuelto a tejer
sobre esas fotos que no puedes velar
aterrizado en el ojo de la angustia
que te mira
que miras
mientras deshaces tus uñas
rasguñando la pared de tu memoria tirana