para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

viernes, 30 de noviembre de 2007

autopista desnuda



aun así
advertido de la inalcanzable distancia
deletreo tu nombre
y beso esa fotografía en la que ni siquiera estás
que ni papel en mis manos
la autopista desnuda
y las nubes cómplices de todo este silencio
en la gran catedral que la tristeza arroja

viernes, 9 de noviembre de 2007

promesa


Siempre hay una promesa, por más mínimo que sea el desplazamiento, por más ínfima que sea la distancia que llegues a recorrer, siempre hay una promesa de algo mejor. La mitad de las veces terminas pensando que debiste quedarte donde estabas, que al fin y al cabo no estabas tan mal allí. Pero no, ahí está esa maldita promesa que te hace creer que tu vida puede ser mejor, que necesariamente B tendrá todo lo que A te ha negado. Así que ahí estaba yo, pasándome esa promesa de una mano a la otra y mirando la boca del túnel como un niño de siete años que teme a la oscuridad. Aun me quedaban algunos minutos antes de embarcarme, así que me dejé arrastrar hacia el bar del aeropuerto con la esperanza de olvidar la promesa y volver a casa en un taxi. Me senté junto a la barra y pedí un vodka tónica. El barman limpiaba una coctelera de metal y echaba cada tanto rato una mirada a un televisor que estaba adosado al muro, por sobre las botellas. Transmitían una vieja película de Mickey Rooney, una de esas de pandillas y niños malos y otros menos malos o tal vez más bobos, no sé.

-Es Mickey Rooney- le dije al barman.

-¿Quién?

-El tipo ese, el rubio con cuerpo de enano.

-No lo conozco.

-No importa, debe estar muerto o en AA.

El barman volvió a mirar la tele y luego siguió con la limpieza de la coctelera. Por los parlantes, con esas voces indescifrables, anunciaban el embarque de un vuelo de KLM hacia Ámsterdam. No era el mío, mi promesa estaba más cerca. Mi promesa era una playa de Brasil y una mujer llamada Lucía. Nos conocimos en el verano. Llevábamos seis meses hablando por Messenger y mandándonos e-mails, incluso cuando no teníamos nada nuevo que contarnos, incluso en blanco, en fin, estábamos enganchados.

-¿Le importa si cambio la tele?

-Si quiere la apaga, amigo.

-Digo, por lo del Mickey...

-Rooney, Mickey Rooney.

-Claro.

-Que se joda Mickey Rooney.

El barman cambió el canal y yo le di un largo trago a mi vodka, dejando que los hielos golpearan levemente mi labio superior y pensando en todos los vodka tónica que me he tomado. Luego se sentó a mi izquierda un tipo bajo y de espaldas anchas que pidió una cerveza y devoró un sándwich de miga, en lo que yo pensé, se trataba de un record mundial de velocidad.

-¿A dónde viaja, amigo?

-A Brasil.

-Yo voy a Kentucky, tengo negocios allá.

-Ajá.

-Insumos agrícolas.

-Bien, eso debe dejar plata ¿no?

-Así es, amigo. ¿Por qué viaja a Brasil?

-No lo sé, supongo que estoy enamorado.

-Ah, se trata de una mujer. Mala cosa, muchas promesas.

-¿Usted cree? –le digo casi aferrándome a la posibilidad real de subirme a un taxi.

-Yo lo hice, luego estuve un año en terapia, llegué a odiar todo lo que se relacionara con mujeres, casi me volví marica, me salvó que ellos parecen más mujeres todavía. No vaya a Brasil.

Fue lo último que alcanzó a decir antes de correr con su bolso y sus anchas espaldas de peso medio para embarcarse a Kentucky. Pensé que lo decía en serio, que debía olvidar todo y volver a mi departamento, subir los pies a la mesa de centro y bajarme tranquilo un segundo vodka, después de todo qué podíamos tener en común Lucía y yo. Luego ya no pensé.

-¿Estás bien?

-Sí, no pasa nada, el avión se movió mucho y además venía una delegación de boy scouts que no pararon de cantar, fue horrible.

-Pobrecito -me dijo ella pasando su mano por mi cabeza y desordenando mi pelo.

-¿Mickey Rooney murió?

-¿Quién?

-No, nadie, no importa.

lunes, 5 de noviembre de 2007

platónico

Ya te odiaba.
Mucho antes de que mi boca articulara la frase
y que mi corazón sintiera el relámpago
Te odiaba como se odia lo inalcanzable