para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

viernes, 23 de diciembre de 2005

inconvenientes

Era diciembre y los treinta grados que se precipitaban sobre Santiago hacían urgente la necesidad de bajarse un trago. Entré al bar con ese único fin, pero de alguna forma las cosas siempre se complican, una mirada indecisa, una señal equívoca, un movimiento torpe, y todo el plan, por simple y seguro que parezca se puede ir al carajo. Ese es el peligro más inminente de un bar, lo códigos del alcohol, esos que a veces no sabes cuando los has roto y entonces te ves envuelto en un problema. Y los problemas, en la cabeza de un borracho, adquieren una sobredimensión. Hay que estar alerta para no tropezar con los inconvenientes. Yo por lo general entro derecho a la barra y pido mi trago, no me quedo en la entrada mirando con aire indeciso o buscando algún rostro o una mesa vacía, no doy pie para transformarme en sospechoso. Es así que la mitad de las veces ni siquiera me he fijado en quien está sentado a mi lado. Ahora bien, esa vez fue el colmo, ya que el tipo que bebía una garza de cerveza rubia estaba vestido completamente de rojo. No creo que resista, me dijo cuando casi acabó de un trago la mitad de la garza. ¿Cómo dice? Es el calor, no creo que pueda resistirlo, tengo ganas de mandar todo a la mierda, eso debería hacer, quitarme este estúpido disfraz de viejo pascuero y volver a lo mío. Y si no es indiscreción ¿Qué es lo suyo? Es indiscreción, me dijo antes de acabar definitivamente con su cerveza. Volví a mi vaso, pensando en que debí quedarme callado, comprendiendo que había abierto una llave que no sería fácil de cerrar. El viejo le hizo una seña al barman y pronto tenía una segunda garza enfrente. ¿Quiere acompañarme al baño? ¿Cómo dice? Le digo que se pare y vaya conmigo hasta el baño. No, gracias, a mi me gustan las mujeres. A mí también, imbécil, le estoy apuntando con una pistola, así que es mejor que se pare y vayamos al baño. Miré la mano que no sostenía la garza y pude ver claramente la punta del cañón de una pistola asomada entre su panza y la barra. No dudé en pararme e ir hasta el baño. Todo fue muy rápido, le di la plata que tenía encima y luego el viejo me hizo desvestirme. El traje me quedaba como poncho, pero de todas maneras era mejor que haber tenido que salir desnudo. Me senté en la barra y acabé mi vodka. ¿Por qué le hablé? ¿Para qué responderle a un tipo que está vestido de viejo pascuero en la barra de un bar? Eso pensé antes de que una rubia de piernas largas y minifalda instalara su humanidad en la butaca del lado. Salud, viejito, me dijo, se te cayó la barba. Claro, y la panza también. Pero eres el pascuero más guapo que he visto este año. Gracias. ¿No me invitas un trago? Me encantaría, pero ni siquiera sé cómo pagar este, ¿Tienes un celular?. La rubia se paró y fue hacia el otro extremo de la barra, tenía unas piernas maravillosas. Se me acabó por fin el vodka. Luego el hielo, solo quedó la rodaja de limón como reloj de Dalí en el fondo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Comentarios:O ¿por qué? A mi me encantó esa atracción navideña. Estoy segura el viejo pascuero salió del baño con algo más que tu ropa.

diciembre 28, 2005 8:22 a. m.

 

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