para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

miércoles, 6 de octubre de 2004

El Muñeco del Diablo


El muñeco del diablo hacía largo rato ya que estaba colgado de la botella. Por ella había perdido un ojo y varias mujeres. Tenía tantos arrestos por ebriedad que últimamente no lo llevaban detenido, lo agarraban, le pegaban un poco y lo soltaban por ahí. Siempre lo veías sentado en un banco de la plaza junto a otros borrachos. Llevaba consigo una cortadora de pasto que en otros años había sido una herramienta de trabajo, pero que ahora era sólo una excusa para eludir la cana. Lo veían con la cortadora y lo dejaban tranquilo. Imaginaban que era mejor un borracho que trabaja a uno ocioso. El pensaba lo contrario. Aunque aveces tenía que cortar algo de pasto para comprar cerveza o vino. Otras veces se la arrendaba a otro borracho. El muñeco del diablo se las ingeniaba siempre para contar con una botella. No pensaba que hubiera otra cosa que hacer en la vida. Tal vez ni siquiera pensara. Tomar era su fin, lo demás podía seguir igual o cambiar, no era importante. Sólo necesitaba tener cerca una botella, luego el resto desaparecía, casas, autos, semáforos, pasto, policías...Todo se hacía humo, perdía gravidez, sencillamente no estaba.
Aquella tarde debían ir en la tercera de vino. Eran tres. El muñeco del diablo estaba al medio. Se iban pasando la caja de vino por detrás y se daban vuelta para echarse un trago.
- ¿Va a ir a cortar el pasto, compadre? - le preguntó el de la izquierda al muñeco.
- Ya, ya.
- Vaya, pues, luego nos echamos un traguito.
- Ya voy a ir.
- ¿Y la máquina?
- Está allá. - dijo el muñeco y con la boca trompuda indicó una casa frente a la plaza.
- Vaya, vaya a ganarse unos pesos.
- Luego chuip. - dijo el de la derecha con la mano a modo de botella.
Cuando se bajaron la tercera caja el muñeco se encaminó serpenteando hacia la casa donde había estado trabajando en la mañana. Tomó la cortadora y la paseó un rato en el antejardín. El sol estaba arriba y él, allí abajo, sentía el sudor bajar por sus mejillas, su espalda y el pecho. No llevaba ni quince minutos y ya se retorcía por un trago. La cortadora casi no tenía filo en las hojas, por lo que tenía que pasar dos o tres veces por el mismo lugar. Era un trabajo agotador, más aún con el sol del verano reventando en su cabeza. Buscó un sucio pañuelo en el bolsillo posterior de su pantalón y se secó el sudor de la cara. Miró el pasto con desgano. No quería estar allí. Tenía las mandíbulas apretadas y un picor en todo el cuerpo, como si su piel fuera constantemente frotada contra lana. Cada movimiento era un infierno. Hasta el ojo le molestaba. Registró otro de sus bolsillos y extrajo un cigarrillo. El tabaco le ayudaba a olvidar el picor, pero aumentaba su sed. Levantó la vista y se quedó observando la ventana de la cocina, mientras le daba largas caladas a su cigarrillo. Alcanzaba a divisar el perfil de la empleada de la casa, una mujer de pelo moreno tomado por un moño. Parecía estar lavando la loza. Cuando ella lo miró, él continuó pasando la máquina. No le gustaba mirar a los ojos de nadie. Al principio por vergüenza de ese agujero que reemplazaba a su ojo izquierdo, más tarde por costumbre. Hizo unas cuantas pasadas y luego tuvo que cambiar el recipiente de lata donde va cayendo el pasto cortado. Pensó que necesitaría una bolsa y fue hasta la ventana. La empleada miró el horrible rostro tuerto. El muñeco prefirió mirar el interior de la cocina.
- ¿Dígame?
- Corté el pasto.
- Bien, para eso está usted aquí.
- Si...- dijo el muñeco del diablo justo en el instante en que su ojo se quedó prendido de un pedazo de teta que un botón mal abrochado descubría. Por un momento pensó en el resto de la teta y sintió un gozo casi olvidado, sepultado por el vino.
- ¿Y?
- ¿Eh?
- ¿Qué es lo que quiere?
- ¿Tiene una bolsa de plástico para meter el pasto?
- En el garaje. - dijo la empleada e indicó con su dedo hacia la derecha.
- Ya.
Abrió la puerta de garaje. El sol iluminó la mitad del interior. No había muchas cosas. Registró unas cajas. Sólo había bujías, tornillos, cámaras de bicicleta, cadenas, latas de aceite vacías. Ni una sola bolsa. Encontró un interruptor en la pared y lo prendió. El lado que antes estaba oscuro no ofrecía mayores expectativas. Las mismas cajas repletas de artefactos inútiles. Se agachó para revisar en otro montón de desperdicios, pero su ojo se encandiló con un brillo particular. Buscó entre dos enormes cajas aquello que brillaba y sus dedos hicieron contacto con el gollete de una botella. La alzó, era whisky, media botella de whisky nacional. Se echó un largo trago que le quemó hasta el alma. Luego se metió la botella al bolsillo y siguió buscando.
- Tome. - dijo la empleada con una bolsa de basura negra en la mano.
El muñeco sólo vio la silueta recortada por la luz que entraba sin perdón. Avanzó hacia ella y tomó la bolsa. Ella salió. El la siguió. Recordó el asunto de la teta y aprovechó de echarle un vistazo al culo. Le pareció bueno, sobre todo el movimiento. Se imaginó una vaca pastando. También imaginó que la desnudaba en la cocina. Le dejaría los zapatos puestos, así era como le gustaba. "Sí, señor", dijo el muñeco y se echó otro trago de whisky. Tomó las tijeras y comenzó a emparejar los bordes donde la máquina no llegaba. Avanzaba unos metros y se echaba un trago. Así estuvo como cuarenta minutos. Terminó de emparejar el borde de un rosal y empinó otra vez la botella, pero no había más. Sintió rabia. Siguió cortando y apretando las tijeras exageradamente. Sudaba. Podía oler el whisky que brotaba de su piel. Se sintió algo nervioso. Por momentos era euforia. Su ánimo subía y bajaba con increíble velocidad. Pensó que el whisky le estaba confundiendo la mente. Quería fijar una idea, pero todo iba demasiado rápido. Sus ideas se fugaban tan pronto nacían. Giró su cabeza y recorrió en un largo paneo todo lo que tenía delante. Terminó en la ventana de la cocina. Allí estaba ella mirándolo. El muñeco del diablo apartó la vista. Tenía las tijeras aferradas a ambas manos. Su mente se apretaba y se consumía en un caleidoscopio de sueños enfermos. Volvió a mirar la ventana y avanzó. Ella no estaba ahí, pero seguro estaría adentro. No había nadie más en la casa. Llegó hasta la puerta de la cocina y empujó. Estaba con cerrojo. Miró por la ventana y la vio vacía. El ruido de un televisor le hizo pensar que tal vez estuviera en su pieza.
- ¡Oiga! - gritó el muñeco atisbando por la ventana.
El sonido bajó. Apareció la empleada con un delantal azul. El muñeco desvió su único ojo hacia las tetas. Por fin una idea pudo mantenerse a flote. Ahora encontraba algo más que una botella de alcohol flotando en su etílica pecera.
- ¿Qué quiere?
- Hace calor.
- Si, hace mucho calor ¿Y?
- Yo pensé que...el pasto está listo.
- Ya, ¿Quiere la plata?
- No, bueno si, este...¿Usted es nueva?
- Sí.
- Claro... Antes había una gorda.
- Espere que ahora le traigo la plata.
- ¡Señorita! - dijo el muñeco antes que ella se perdiera. -¿Podría prestarme el baño?
- ¿El baño?
- Si, es que...Necesito...Usted entiende ¿No?
La empleada corrió el cerrojo he hizo pasar al muñeco del diablo. Este conocía la casa, así que se fue derecho hasta el baño. Levantó la tapa y meó. Miro la espuma que se iba formando. Le pareció que algo se movía allí abajo, pero recordó el whisky y se tranquilizó. Siguió meando. El alcohol brotaba desde su orina, como antes de su piel. Tiró la cadena y se quedó mirando el remolino amarillo y blanco que se formaba. Se limpió la cara y se peinó. Su cara de borracho le hizo una mueca fea desde el espejo. Eructó y salió. La empleada llegó a su encuentro desde la pieza de servicio. La televisión seguía encendida. El muñeco del diablo avanzó hacia la cocina, ella lo seguía. Llegó hasta la puerta y se detuvo. Parecía venir desde muy adentro, como el primitivo burbujear de un volcán que pronto explotará, la lava sacudiendo el intestino magmático, fragmentando su materia en iridiscentes pedazos de escoria. El picor se mezclaba con el sudor y hacía aumentar su irritación. Subía por los pies y explotaba como flashes en su pequeña mente. Pronto una idea se concretó, tomó forma y eludió esa pequeña membrana moral que aun resistía a los embates del alcohol. Giró y golpeó a la empleada con el puño cerrado por detrás de la oreja. La mujer cayó al suelo e intentó ponerse de pie, pero el muñeco se arrojó sobre ella y la siguió golpeando, mientras tiraba de sus ropas hasta conseguir lo que tanto imaginó minutos antes. Cuando acabó se puso de pie y buscó algo para calmar una profusa sed que apareció tras la lucha. Encontró una botella de vino blanco en el refrigerador y se tomó la mitad en pocos tragos. Se sintió agotado y dejó su cuerpo deslizarse con la espalda apoyada a la puerta del refrigerador. Aún podía escuchar el ruido del televisor. Luego ya no.
Despertó cuando el sol había descendido. No recordó de inmediato dónde estaba. Sólo cuando vio a la mujer en el suelo de la cocina se hizo una idea. Las dos tetas aparecieron en su mente para confirmar lo que sus ojos no creían. Comenzaba a oscurecer, pronto llegarían los dueños de casa. Guardó la botella de vino en el bolsillo de su chaqueta y se acercó a la empleada. Esta parecía rígida, tal vez demasiado, pensó. Acercó su mano hacia el cuello y recibió una fría respuesta. Se asustó y corrió hacia el jardín. Tomó la vieja cortadora de pasto, las tijeras y salió. Apenas podía caminar, pero prefirió no detenerse. Bajó por una de las tantas calles que ya había subido y bajado quizás cien veces, sólo que esta vez le pareció diferente, tal vez porque nunca lo había hecho dejando un cuerpo sin vida atrás. Tal vez porque sentía algo extraño en su cabeza, algo que lo hacía mirar desde otra dimensión esa vieja y repetida calle. El paisaje adquiría otras formas, aún cuando todo permaneciese igual que antes, los ojos ya no eran los mismos, ni las manos, ni la boca. Sólo el alcohol permanecía intacto.
Llegó a su pieza ya de noche. Así como las calles, ésta también le resultó diferente. Algo no funcionaba o comenzaba a funcionar de forma diferente. No supo explicárselo. No lo intentó. Sacó de debajo de la cama un vaso de vidrio con manchas de vino tinto adheridas quizás por años. Descorchó la botella que tenía en el bolsillo y llenó el vaso hasta el borde, incluso derramó un poco sobre el piso de madera. Sentado en el borde de la cama, bebió sin prisa. Sabía que más temprano que tarde llamarían a la puerta. Había huellas de él por toda la casa. Aunque no dejaba de pensar en ello, no le importaba. Tenía suficiente alcohol en el cuerpo como para desentenderse de cualquier cosa, incluso de un cadáver. Bebió. Miró la pared y bebió. Pensó que mañana despertaría sobrio y apuró el vaso. Buscó respuestas que no encontró y siguió bebiendo. Llamaron a la puerta. Primero con dos golpes, luego con cuatro. Finalmente la derribaron. Apareció el cabo Acevedo. Se le cayó la gorra con el empujón. Se la puso. Miró al muñeco del diablo que seguía sentado al borde de la cama.
- Ahora si que te fuiste al chancho.
El muñeco no lo miró. Con el alcohol todo desaparece, incluso las puertas, las ventanas, los cabos de policía.