fragmentos de viaje III

Sentado frente a una estrecha barra que da a los estacionamientos y a la misma carretera por la que minutos atrás y montado en un bus se dirige hacia la casa de su hermano, este hombre de bigotes masca lentamente un bocado del sándwich de carne y palta que ahora, por pocos segundos descansará en el plato, antes de volver a ser llevado hasta su boca, tiñendo de verde los extremos del bigote. Mira desatendidamente el tránsito de autos y camiones que se desplazan de norte a sur y de sur a norte, mientras en su cabeza se aloja el recuerdo de otros tiempos, cuando sus días de infancia en Valdivia eran una permanente aventura en la que él y su hermano menor, quien ahora lo espera para arreglar unos trámites de herencia, urgidos ante la inminente pérdida de una madre que agoniza, orillaban la rivera del río Calle-Calle buscando gusanos para enganchar en sus anzuelos y atrapar carpas y pejerreyes. ¿Y por qué no? Recordará también la tarde en que decidieron internarse en un bosque nativo y fueron perseguidos hasta extenuarse por un jabalí, y el consiguiente castigo que la demora del regreso a casa les acarreó. Recordará que su madre, la que ahora fallece tendida sobre una inmensa cama de roble, era de pocos cariños y que invariablemente optaba por dar crédito a las versiones de extraños ante las súplicas de ellos que reclamaban su derecho a la verdad. Mocosos del demonio, maldecía ella y los correazos daban fin a cualquier defensa. Pero como todo cuento tiene su contraparte y por mucho que se insista en lo contrario, toda moneda tiene dos caras, existió el día en que aquella mujer, severa, autoritaria y llevada a su idea, se puso del lado de ellos y sacó a escopetazos a un vecino que traía a los muchachos de las orejas luego que los descubriera apedreando a sus chanchos. Qué pudo importar que apenas el vecino se retirara, maldiciendo a su madre y sus parientes, mientras los perdigones silbaban en sus oídos, la furia de aquella madre se apropiara una vez más del cinturón y descargara numerosos golpes en las piernas de ambos. Por una vez en la vida ella estuvo de su parte. Vaya con su carácter, alcanzó a decir, esta vez en voz alta, el tipo de bigotes antes de llevarse a la boca el último trozo de sándwich, limpiar su boca con una servilleta de papel blanco y luego tomar un largo trago de cerveza. Se pone de pie y sale hacia el estacionamiento para estirar las piernas. Extrae un cigarrillo del bolsillo de su camisa y lo enciende. Suelta el humo en una larga exhalación y éste se desarma apenas entra en contacto con el aire exterior. La mujer que circunstancialmente ha salido del restaurante junto a él le pide fuego. Le pregunta hacia dónde va y él le dice que a Valdivia. Ella le dice que no conoce Valdivia. Es una hermosa ciudad. Lamento no conocerla. Pero usted es una mujer joven, ya tendrá oportunidad. No sé, a veces morimos con tantas promesas incompletas. Bueno, eso es cierto, pero es mejor que lo piense en vida y no desde el otro patio. He tenido un sueño extraño en el bus, un sueño de peces. ¿Qué peces? No lo sé, cualquier pez. Todos los peces son diferentes y supongo que soñar con sierras no es lo mismo que hacerlo con angulas o bien carpas, dorados, congrios. Pejerreyes. ¿Pejerreyes? Sí, he soñado con cientos de pejerreyes que me miraban por debajo del agua. Bueno, el número no es significativo, me refiero a que sean cientos, pues se trata de un pez que vive en cardúmenes, más extraño hubiese sido que fuera un solo pejerrey quien la mirara. Había un niño encaramado a un árbol que les arrancaba la cabeza y luego los arrojaba devuelta al agua. Los niños hacen esas cosas, llamémoslas travesuras. ¿No le parece un sueño extraño? Sí, me parece un sueño extraño.
1 Comments:
la conversación circunstancial. el comentario lleno de sentido común. el surrealismo de lo cotidiano. los recuerdos actualizados, el presente como algo que se ha ido, dos personas y las palabras.
me gustó el texto.
marzo 11, 2006 6:34 a. m.
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