para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

viernes, 6 de julio de 2007

subsuelo


Siempre tuviste miedo, un miedo enquistado en tu cuerpo. Un miedo que se deslizaba por tus venas, despertando la fragilidad que eras tú, una sola fragilidad compuesta de células atemorizadas. ¿Por qué? Nada, tan solo un azar, una composición inadecuada. Naciste con miedo y éste convivió contigo, sin importarle los beneficios o inconvenientes que su compañía te reportara. Tu mayor miedo era el sin sentido, ese que se apoderaba de tus nervios sin representación, como esos sonidos del cine que no tienen un origen natural, que estallan en la pantalla haciéndonos remecer en nuestras butacas. Este miedo siempre era precedido de un sonido subterráneo, o mejor dicho: subcutáneo. Supongo que la aceleración de información de tu sistema neurológico emitía algún tipo de señal que resultaba, para tus oídos, como el movimiento de seres invisibles, como un zorzal escucharía a un enorme gusano bajo sus pies. Pero tú eras el gusano con la oreja en el zorzal, el gusano que se atemorizaba con su propia huella sonora. Adivinaste un día que todo había comenzado desde el primer instante en que tus pulmones se llenaron de oxígeno, luego dijiste: quién sabe, tal vez ya estaba atemorizado escuchando la respiración de mi madre, mientras flotaba en el universo uterino. Nunca lo venciste, decidiste vivir con él sin enfrentarlo, porque no sabes de otra vida, porque ese miedo es tu medicina, un suero atado a tu alma que te permite estar alerta, percibir hasta el mínimo roce, la más ínfima posibilidad de que tu espacio sea burlado, de que tus sueños se desprendan y caigan sin respuesta al pavimento. A veces tienes recuerdos de miedos más concretos: ves a tu padre salir de la casa sabiendo que no volverá, que ya no, que no más protección, que hay otros tres niños pecosos con los ojos abiertos y el corazón desolado, que una madre llora sin lágrimas en algún espacio invisible. Tienes miedo y sabes que no se irá, que la imagen se transformará en otra fotografía, otra versión más de tu miedo.
Entonces un día tomas un lápiz y un cuaderno con tapas de cartón negro y escribes una historia, la historia de un hombre que ha sido víctima de amnesia, la historia de alguien que no teme porque no tiene recuerdos a qué temer, porque ni su nombre le sugiere algo. Luego sigues escribiendo y aceptas que de alguna manera, que no comprendes bien, aun cuando te dibujas una explicación coherente, el miedo se afloja.