para todos aquellos que no sabemos bien por qué nos sentimos solos y menos por qué desde siempre.

lunes, 3 de enero de 2011

la voz

Sentado en el baño, bajó la mirada y se dio cuenta de que la maleta ya no estaba. Todo se estaba cumpliendo al pie de la letra y eso le hacía sentirse más confiado, aunque claro, no era una situación para nada confiable. La voz había dicho que mientras las cosas sucedieran tal cual ellos las planificaran, nada malo ocurriría. Por el contrario, el más pequeño de los errores mandaría todo al carajo. Carajo, repitió casi en un susurro y suspiró mirando el enchapado blanco de la puerta del baño, luego la punta de sus zapatos negros que se asomaban como dos barcos por debajo de los pantalones arrugados contra el suelo. ¿Qué más había dicho la voz? Espere, no haga otra cosa, no salga del baño, no hable con nadie. El silencio del baño se interrumpió de pronto. Alguien abría la puerta y caminaba en dirección a los orinales. Pudo escuchar el ruido de la orina golpeando la goma e incluso el suspiro de satisfacción del hombre al evacuar. Estimó, por la profundidad del suspiro, que aquel tipo podía haber estado aguantando las ganas de orinar hacía un buen rato, tal vez angustiado en una reunión en el bar del aeropuerto, quizás manejando su auto o bien en medio de una larga fila para chequear su pasaje. Luego fueron otras voces la que animaron el ambiente del baño.
-Te lo digo, hombre, vas a quedar en la calle, ella no te va dejar tranquilo hasta que no te revientes en el suelo.
-Exageras, Úrsula no es de esa clase de mujeres, además están los niños.
-Los niños son garantía para ella, no para ti.
-Ah, no seas alarmista.
-Todavía falta una hora para abordar ¿Vamos a tomar algo?
-Vamos, me muero por una cerveza.
Nuevamente el silencio cómplice lo devolvía a su papel en el plan de la voz. Había que seguir esperando una señal que él desconocía, pero que sería inequívoca. Pensó un instante en que aquellos dos sujetos que acababan de salir del baño y que ahora se dirigían hacia el bar, podían haber dicho algo que fuese esa señal, pero no, nada de lo que escuchó le pareció así. Por su parte no conocía a nadie llamada Úrsula y la palabra cerveza no le pareció ninguna posibilidad de aviso. Otra vez el silencio y la pared blanca. Pudo escuchar el sonido de su reloj, incluso algunas voces que provenían del exterior, las mismas que aumentaban considerablemente cuando alguien abría la puerta del baño. ¿Por qué la voz no le había dicho exactamente cuál sería la señal? ¿Qué más daba? El dinero ya debería estar, probablemente, en un portamaletas rumbo a un lugar insospechado, incluso para todos los sabuesos que la brigada había desplegado por el aeropuerto.
-Te digo que fue así, hombre.
-¿Estás seguro de lo que dices?
-Eran tres puertas y el tipo sólo tenía que escoger una, te das cuenta, una de tres, no es nada tan difícil.
-¡Un millón de euros!
-Así fue.
Cuando la puerta volvió a cerrase y las voces exteriores se transformaron en un murmullo inefable, el hombre miró por última vez la punta de sus zapatos negros y se puso de pie. Salió del habitáculo y miró las dos puertas que seguían a la suya. No había ninguna razón para decidirse por una u otra, lo mismo pudo pensar el tipo que se ganó el millón de euros, pensó el hombre antes de escoger la tercera puerta y abrirla con decisión. Su hija tenía puesta una cinta adhesiva en la boca y estaba amarrada por cuerdas a la taza del escusado.